Nuestra Escuela ha conocido a lo largo de su vida numerosos períodos azarosos, algunos de los cuales han llegado incluso a amenazar su existencia. Todos estos obstáculos han sido superados gracias al esfuerzo conjunto y decidido de profesores y alumnos, siempre convencidos de luchar por una causa justa.
Nace en una época en que parecía posible la independencia económica y técnica de los pueblos pobres. En efecto, las grandes naciones capitalistas salían de una grave crisis financiera, la depresión de 1929 y se acercaban a otra no menos grave, la segunda guerra mundial.
Por esto, la Escuela de Bacteriología, germen de la actual Escuela Nacional de Ciencias Biológicas se inicia con propósitos sociales bien definidos, como se señala claramente en el primer anuario publicado a finales de 1936.
La Escuela Nacional de Ciencias Biológicas tuvo orígenes que influyeron mucho en las características que actualmente las distinguen: gran capacidad para la investigación científica y un pensamiento progresista en sus principales decisiones.
La Bacteriología se desarrolló ampliamente en diversos países a finales del siglo XIX. En México la introdujo Octaviano González Fabela y se empezó a estudiar en forma separada de la medicina, de la farmacia y de la química, lográndose a principios del siglo XX avances en investigaciones bacteriológicas en el pulque, así como en el tifo y la brucelosis, entre otras.
En julio de 1933 una comisión de maestros de la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM elaboró el proyecto para crear la Escuela de Bacteriología, que sería presentado en el Primer Congreso de Universitarios organizado por el Consejo Universitario; sin embargo, los asistentes ocuparon el tiempo en otros asuntos y tal proyecto no pudo ser abordado. Ante esa situación, la comisión de maestros propuso a los dirigentes de la Asociación Procultura Nacional que la escuela se fundara dentro de la Universidad “Gabino Barreda”, planteamiento aceptado por su Rector Vicente Lombardo Toledano.
Que se comenzaron a impartir en 1938: Botánico, Zoólogo, Antropólogo Hidrobiólogo, Entomólogo, Químico Bacteriólogo y Parasitólogo, Médico Rural, Químico Zimólogo e Higienista Dietólogo. En ese mismo año y ante el avance tecnológico en esta área, se le cambio el nombre por el de Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, que aún mantiene.
La escuela de Bacteriología inició labores el 28 de enero de 1934, en la calle de Rosales número 26, siendo su primer Director Leopoldo Ancona Hernández y el secretario Diódoro Antúnez Echegaray. Ofrecía una carrera para obtener el título de Bacteriólogo, que se cursaba en tres años.
Para ingresar sólo se requería el bachillerato en Ciencias Biológicas.
A pesar de que la Universidad “Gabino Barreda” tuvo buen desempeño y las carreras que ahí se estudiaban lo hacían con éxito, la Asociación Procultura Nacional acordó transformarla en la Universidad Obrera Nacional, abandonando los cursos de secundaria, preparatoria y profesional para abrir sus aulas a los trabajadores del país, dentro de la tendencia socialista de la educación de esa época. Esta medida fue tomada a finales de 1935 y, como consecuencia de ello, se cancelaron las inscripciones del siguiente año para la escuela de Bacteriología.
El Secretario de Educación Pública, Gonzalo Vázquez Vela, y el Jefe del Departamento de Enseñanza Técnica, Industrial y Comercial, Juan de Dios Bátiz Paredes, la incluyeron en las escuelas con las que iban a integrar el Instituto Politécnico Nacional. De esta manera, inició cursos en 1936, constituyéndose en una de las escuelas fundadoras del IPN.
El paso de la Escuela de Bacteriología por la Universidad “Gabino Barreda” sirvió para que maestros y autoridades conocieran los problemas sociales del país, relacionados estrechamente con las carreras que después se formarían en ella porque no se entendería bien el estudio de la medicina y la enfermería en el IPN si no se aplicara en el medio rural; así mismo, carecerían de sentido los estudios y proyectos de investigación en las áreas de inmunología, alimentos y parasitología.
En 1936 Estanislao Ramírez Ruiz y Roberto Medellín Ostos fueron comisionados para analizar la formación de la carrera de Químico Zimólogo. Este hecho permitió hacer un plan de desarrollo de la escuela para cubrir las necesidades de esta área del conocimiento, en el que se ligaron la bacteriología con las fermentaciones, por lo que en 1937 se le denominó Escuela de Bacteriología, Parasitología y Fermentaciones.
Bajo estas perspectivas se crearon diversas carreras que se comenzaron a impartir en 1938: Botánico, Zoólogo, Antropólogo, Hidrobiólogo, Entomólogo, Químico Bacteriólogo y Parasitólogo, Médico Rural, Químico Zimólogo e Higienista Dietólogo. En ese mismo año y ante el avance tecnológico en esta área, se le cambió el nombre por el de Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, que aún mantiene.
En el año de 1938, la Escuela de Bacteriología, Parasitología y Fermentación, se incorpora al Instituto Politécnico Nacional (IPN); en esta fusión cambia su nombre a Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (ENCB) y abandona el escudo que había aportado desde 1934 como Escuela de Bacteriología.
Entre 1942 y 1943, la ENCB efectuó un concurso en sus instalaciones del Casco de Santo Tomás para la elección de un escudo que la representara, y como resultado ganador es el emblema que hoy ostenta.
A través del tiempo, el escudo ha permanecido intacto en sus elementos simbólicos, no así, en color y forma. El relieve originalmente era dorado con fondo blanco, pero en el transcurso de los años, se emplearon diversos colores como guinda y blanco, amarillo y azul.
Un águila real con alas desplegadas de frente, mirando hacia la derecha representa a México, sujeta a un estandarte que porta la inscripción “Escuela Nacional de Ciencias Biológicas”.
Al centro sobre un fondo color verde, un microscopio en color negro y contornos amarillos, relacionado al estudio de la célula.
Las letras IPN, siglas de la institución a la que pertenece, ubicadas en la parte inferior del microscopio.
David Alfaro Siqueiros
Superficie cóncava, 4 X 18 m.
Vinelita y piroxilina sobre aluminio
El 30 de Junio de 1951, Siqueiros firmó contrato contra el gerente del Programa Federal de Construcción de Escuelas para pintar en el Instituto Politécnico Nacional. La obra fue inaugurada el 6 de febrero de 1952. Siqueiros se refirió al sentido de su obra “El hombre, víctima de sus propios y grandes descubrimientos científicos, se apodera de la energía atómica, la más grande fuerza física del presente y del próximo futuro. Esa fuerza, que por ahora sólo se utiliza con fines de destrucción, será usada mañana con fines industriales en un mundo de progreso y de paz. El vehículo de producción del hombre, al hombre-máquina, sino la máquina-máquina en las manos absolutas del hombre”.
La superficie cóncava del vestíbulo del internado del Instituto Politécnico Nacional actualmente Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, ha ofrecido a David Alfaro Siqueiros la oportunidad de expresar su talento con toda la fuerza de su dimensión monumental. Los planos y el desarrollo del tema muestran con absoluta claridad el fenómeno poliangular de visión que se empeñó en lograr el artista: desde cualquier parte que se contemple el mural -y aún en movimiento- pueden apreciarse, gracias a aquella peculiar disposición de las formas, los valores plásticos de la obra.
El muralismo como especialidad pictórica ofrece dificultades que sólo pueden resolverse mediante un conocimiento profundo de la técnica mural , tan distinta a todas las demás de la pintura. La mano, la retina y la plenitud del conocimiento del “oficio” han de ir de perfecto acuerdo para que los valores estéticos, de orden espiritual, se logren. Inútil es decir, pues hartas pruebas ha dado, que la maestría de Siqueiros llena sobradamente aquellos requisitos.
Los colores que ha empleado Alfaro Siqueiros en Amo y no esclavo son, acaso más que en otras obras, apasionados y violentos, de tal suerte que vienen a significar con mayor rigor el desarrollo del tema. El simbolismo del nuevo realismo social, que tan obstinadamente sigue el artista, está expresado en tal forma que alcanza a la interpretación de los jóvenes estudiantes [...] Los trazos enérgicos y hábiles con que están delineadas las gigantescas figuras son de suprema excelencia por su elaborado simbolismo, sobre todo en la parte dedicada al desarrollo del hombre-máquina en que el escorzo de la pierna o del brazo o del puño significan con fuerza y belleza la moderna lucha del hombre por liberarse de su esclavitud.
(Revista Tiempo, México, 15 de febrero de 1952).
Cuando con el nombre de “Instituto de Fisiología y Farmacodinamia” ( Véase el Boletín de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, Tomo I, No. 1, 1940, págs. 5-6 y 16-20, México ) quedó construida la primera unidad de laboratorios de investigación de esta Escuela, se pensó que un lema que ya había aparecido al frente de tres obras recientes (Izquierdo, J. J.“Balance Cuatricentenario de la Fisiología en México (1934); “Harvey, Iniciador del Método Experimental” (1938), y “Análisis Experimental de los Fenómenos Fisiológicos Fundamentales” (1939) destinadas a fomentar el espíritu de la investigación en el medio patrio, expresaba en forma compendiosa los rasgos fundamentales del método general de la investigación científica y por lo mismo, se obtuvo permiso de su autor para usarlo, como base para el proyecto de un vitral que de modo permanente recordara a los jóvenes investigadores el espíritu que debe inspirarlos en sus trabajos. La obra, ideada, desinteresadamente por la pintora Carmen Jiménez Labora, y realizada por el maestro vitralista Enrique Villaseñor Martínez, quedó colocada a principios de 1947 . Su mensaje, según el autor del lema, es el siguiente :
OBSERVA, puesto que desde Aristóteles está reconocido que la fase primordial del proceso de la investigación científica consiste en hacer acopio de hechos bien observados, ya sea de modo directo por los sentidos, o mejor, con ayuda de medios que refuercen a éstos, que permitan que los fenómenos se manifiesten y aún se registren por sí mismos, y que sirvan para cuantificarlos o medirlos, así como a las condiciones del ambiente en que se producen. Una vez constituida la plataforma de los hechos y ya sin dejar de apoyarte en ella,
MEDITA, es decir, pon en juego las operaciones intelectuales apropiadas para llegar a interpretar y correlacionar los fenómenos entre sí, y de esta suerte averigua, no tanto sus causas, -como decían los antiguos filósofos de la Naturaleza- sino sus factores determinantes, de conformidad con la escuela de pensamiento en que tanto se destacó Claude Bernard. Para ello, asciende primeramente, por inducción, hasta las generalizaciones o formas universales, que encontrarás altamente alejadas de la experiencia de los sentidos. Luego, en operaciones inversas, de deducción, ya podrás volver a descender hasta los hechos de observación y explicarlos de acuerdo con los principios generales,
Y VUELVE A OBSERVAR, porque por brillantes y sugestivas que te parezcan tus hipótesis e interpretaciones, sólo tendrán valor si las ves confirmadas por nuevas observaciones recogidas en el curso de experimentos que hayas sabido planear con acierto.